Decimos en la meseta al hablar del choco que es sepia. Dicen en Huelva que el choco es choco, y la sepia es sepia.
Las vacaciones pasadas estuvimos en El Rompido donde tuvimos la oportunidad de conocer comidas y alimentos hasta ahora desconocidos para nosotros. El choco. Conocido, pero tan especial allí, tan fresco. La gamba de Huelva, pequeña, pero chula y prieta, con un sabor y una frescura que jamás había probado en una gamba.
Será que por algo el propio dueño del restaurante tenía su propio barco de pesca...
Y siempre, por poca gente que hubiera, todo era fresco. Siempre estoy pensando en cocina ¿qué harán con lo que sobra? porque nunca lo ponen, al menos nunca probamos una gamba, o un choco de anteayer allí
¿Albóndigas de choco y gamba?
Puede sonar raro, pero cada uno cocina con lo que tiene en su entorno, así debe de ser ¿no? Igual que se hacen albóndigas de carne, pues se pueden hacer de todo lo demás.
Hace tiempo que estoy en silencio con mucho que contar y poco que decir, con ganas de escribir y pereza de empezar este lío grande de lana para colocarlo en madejas.
Necesitaba unos brazos donde engancharlo para ir desmadejando y es mi propio blog, que se había hecho atadura y mordaza, el que de nuevo, viene al rescate.
Soy una persona alegre. Soy una persona feliz. Soy una persona fuerte. Que tiene momentos débiles, que trata de disimular lo mejor que puede y sabe.
Que me he dado cuenta que aunque me gusta contar lo bueno de mi vida en el blog, más me gusta para echar lo no tan bueno porque escribir me libera.
Que me he dado cuenta que incluso lo inicié en mi mes tonto por excelencia, noviembre, mes que como cualquier habitual conoce es especialmente triste para mí.
Que me he dado cuenta que cuando más necesito venir a escribir es, quitando momentos para recordar de mis niñas, cuando no me hago con esa tristeza, o desazón, o ansiedad, y necesito recolocarla.
Que alguien me amordazó en mi propio espacio, y nunca debí consentirlo, que nunca debí permitirme olvidar, sin ofender a nadie, que mi blog es mío, y en palabras de esta bloguera, me lo fo**o cuando quiero.
Que me he dado cuenta que por no ofender la sensibilidad de nadie había dejado de escribir aquí, por no molestar con mis cosas.
Por no molestar con mis problemas, como los de cualquiera, ni más ni menos.
Por no molestar en mi casa, en mi sitio, entre amigos que nos hemos ido encontrando por este espacio infinito.
Una semana antes de la pasada navidad la hermana pequeña de mi padre, mi madrina, falleció repentinamente, y sola, de un ataque al corazón que se lo rompió, rompiéndonos de paso el de los demás.
Cuando recibí la noticia, una compañera me preguntó qué edad tenía. Instintiva y rápidamente dije ¡Joven! pero cuando calculé los años, los mismos que mi madre...60 me avergoncé de tener aún esa imagen de ella, la de los 20, los 30, la de la niña que mira a sus padres, a sus tíos, y los ve de la misma manera salvo por alguna arruga o kilo de más. Pero inalterables, inamovibles, inmortales.
Empiezo a enfrentar el paso de los años que llevo aún en mí con mucha dignidad y alegría de vivir, rodeada de mis hijas, sus risas, llantos, peleas, juegos y travesuras sería difícil no hacerlo. Digo que empiezo a enfrentarlo de golpe, en mi familia.
Mi padre murió joven, prematuramente, y eso no tiene vuelta de hoja. Por enfermedad, pero como si hubiera sido por accidente. Pero comienza ahora en mi entorno el enfrentamiento a la edad de mis tías y tíos, algunos con más achaques que otros, no mayores para mí, pero sí cuando aportas el dato al observador externo. Comienzan los achaques que a esa edad o te llevan a la tumba, o la pastillita hasta los 90.
Comienzo de nuevo una etapa de extra madurez que me confirma que hasta ahora no dejaba de ser una impostora frente a mis hijas. Digo extra madurez porque parece he de abandonar la visión de adultos protectores, los que te han cuidado y querido desde la niñez, adolescencia y juventud, mimandote ahora a través de tus hijas, para empezar a adoptar ese rol de hija y sobrina protectora.
De repente comienzo a verles mayores, y vulnerables, y siento una enorme ternura e instinto de protección hacia ellos, y cada vez me siento menos niña.
A todos menos a mi madre. Mi madre está estupenda, o así la quiero ver yo. Eternamente joven, feliz, protectora e inmensa. Nada vulnerable. Aún no soy lo suficientemente mayor para ver a mi madre vulnerable, ni quiero verlo.
La última vez que vi a mi tía me contó que parte de lo poco que tenía lo había gastado en unas minivacaciones, porque en sus palabras, al año que viene nunca se sabe donde estaremos, y esto cambia de un día para otro. Palabras no muy diferentes de las de su hermano: ¿el año que viene? puf, qué de tiempo, el año que viene, todos calvos. Ella no sabía que tras esas, no habría otras vacaciones.
El año pasado nos costó mucho decidir si nosotros debíamos gastar el dinero en ir a El Rompido en Huelva, o no. La crisis, los gastos, y los recortes (en casa) nos asustaban, no sabía si nos arrepentiríamos más adelante del dinero gastado. Al final nos fuimos, y bien que nos arrepentimos...pero de haberlo pensado tanto.
Este año estamos mucho peor, muchos más recortes, y muchos más gastos, vamos con la lengua fuera. Pero si de algo estoy completamente segura, es que aunque sea aquí al lado, al campo con tartera, es de que voy a hacer todo lo posible por disfrutar de unos días con mis amores sin darle tantas vueltas.
Y ya por fin, la receta de las albondiguillas. Como es una receta, creo, en su origen de aprovechamiento, aquí lo hago con lo que encuentro de oferta. Hacer en la meseta unas albóndigas de choco y gamba nos puede salir con facilidad por 25 o 30 euros; así que lo que hago es cocina de "mercado" y de "bolsillo". Ingredientes:
-1/2 kg de potón, o calamar, o volador limpio. Que no nos cueste más de 2 ó 3 euros.
-1/4 kg de gamba, gambón o langostino congelado (el kg congelado suele estar en casi todos los sitios a 6-7 euros el más barato) así que no debería salirnos por más de 2 eurillos.
-3 huevos
-1 diente de ajo gordo, o dos pequeños, y otros dos para la salsa
-1 cebolla para el apaño, y otra para la salsa
-Perejil
-Azafrán, o colorante alimentario
-Pan rallado
-Harina
-Guisantes
Pelar y limpiar las gambas y el potón, o calamar. Guardar las cabezas de las gambas y peladuras para hacer un fumé que utilizaremos en otra ocasión, y un poquito en ésta.
Poner en la picadora
Picar brevemente. El resultado no es apto para escrupulosos, queda una pasta un tanto gelatinosa y pastosa, valga la redundancia. El resultado valdrá la pena, lo prometo. También, si no tenemos o no queremos usar picadora, se puede trocear muy, muy, muy pequeño.
Tratar ahora como unas albóndigas de carne: mezlar la pasta con una cebolla y un ajo muy picados, muy pequeñitos, y con perejil picado también. Añadir los tres huevos, el azafrán o colorante y un poco de sal y mezclar. Añadir pan rallado, lo que admita hasta quedar una masa de la que podamos manejar albóndigas que enharinaremos, y freiremos en abundante aceite caliente.
En olla aparte sofreiremos bien otra cebolla muy picada y ajo, sofreimos un pelín de harina y le añadimos un poco del caldo de gamba si lo tenemos y lo hicimos, no mucho, y el resto de agua y los guisantes. Según freimos las albóndigas las vamos incorporando a la salsa y dejamos hervir unos minutos.
Con patatas fritas, en mi casa, triunfo siempre.
Sed muy, muy felices.