El sábado por la noche tuvimos cena de antiguos alumnos del
cole, de la extinta EGB. Hacia 25 años que no estábamos juntos.
Con algunas personas si había mantenido contacto, 3 o 4. Tal vez
me había cruzado con otras 4. El resto quedaron en mi memoria congelados con
13 y 14 años, muchos y muchas con el cuerpo aun aniñado antes de crecer.
Nervios previos a la cena, excusas preparadas para últimos
momentos de pánico. Desentierro de antiguos temores infantiles y salvavidas de
la gente que si que quieres volver a ver.
No voy a quedarme en la retaguardia. He venido a reconocer a mis antiguos compañeros, algunos a conocer porque realmente solo nos cruzábamos por el pasillo, así que tomo la iniciativa en muchas ocasiones de presentarme y preguntar con quien estoy hablando.
Gran alegría de encontrar a viejos y buenos compañeros, de los
de los buenos momentos, de los que quedaron congelados así, en pequeñito.
Irreconocibles hubieran sido por la calle, jamás me hubiera planteado ni
saludarles por desconocidos. Así nos lo manifestamos ambas partes, en varias
ocasiones. Hasta que se hacen los 15 segundos de lenguaje corporal y todos los
gestos delatan al niño o niña que fueron: las risas con las mismas, el lenguaje
no verbal les delata más que el DNI y entonces sonrío porque desde luego, no
han cambiado tanto como me pareció al principio.
Difícil en general romper el hielo, y la mesa, rectangular, se
organiza espontáneamente por los grupos que fuimos entonces: los chicos con los
chicos, las chicas con las chicas y luego subdivisiones.
Comienzan a servir los platos, unos primeros para compartir. Y yo no puedo dejar de sonreír ante la metáfora de nuestro menú, y nuestras vidas: comienzos compartidos. Nuestra primera, primerísima infancia con unas mismas figuras de referencia, y experiencias escolares: el mismo bagaje común.
Croquetas para compartir. Dos tipos, bacalao y jamón, como dos
grupos de edad que éramos: Parvulitos A y B, luego remezclados para volver a
hacer EGB A y B.
Pates variados acompañados de mermeladas con nombres más
resultones que su sabor: mermeladas corrientes al fin y al cabo. Como las fotos
disfrazadas del facebook: las mejores fotos escondiendo la cruda realidad, casi
tenemos 40 años, y no los frescos 14.
Palabras mayores: ensalada poco aliñada con rulo de cabra. Muy difícil
de compartir, ya que alguien ha de tomar la iniciativa de dividir el queso para
que todos se sirvan. Todos, en sus grupos respectivos con conversaciones en
general difíciles de compartir: C. no tiene hijos aun, así que no preguntes. Se
evita intencionadamente preguntar quién estudio que, o en que trabajamos. El
que se atreve lo hace con la reserva del que está preguntando a cuanto asciende
tu nomina. Algo que ya se sabe que en Madrid y alrededores suele ser tema tabú,
aunque la afectación al reservarse la respuesta lleve al error de creer que son
más de 3.500 euros.
Ensalada poco aliñada, como la conversación, porque no hay ningún
detalle, y el rulo, delicioso en todas sus formas, pero definitivamente
imposible de compartir.
Al fin segundo plato, a elegir...como en la vida. Cada uno toma
un camino, exactamente único y personal, totalmente diferente e irrepetible: 50
personas, 50 caminos diferentes. Pese a que el menú solo deje elegir entre 3
opciones: carne, pescado o cerdo frito que todo el mundo sabe que es grupo
alimentario aparte. Pese a que parezca que en las tres opciones podamos
repetirnos, cada uno hace las adaptaciones oportunas, como en su vida: más o
menos salsa, más o menos hecho, más o menos cantidad, más o menos confusión:
perdone, esto no es lo que yo pensaba ¿podría traerme lo otro?
El postre, como una promesa de futuro, dulzón en todas sus
variedades. Un plato con bocaditos de diferentes postres en el que hubo un
claro triunfador, y un evidente perdedor. Venció lo tradicional con toques
modernos: una mini torrija flambeada. Al fin y al cabo tenemos más edad de la
que tenían nuestros padres cuando terminábamos la EGB, pero nos consideramos
pelín más modernos. Por eso no dejamos de comer torrijas…aunque sean flambeadas.
Perdió, por supuesto, la promesa de un futuro almibarado y
excesivamente azucarado: la copa de dulce de leche concentrado, que volvió entera
a la cocina en casi todos los casos.
Y es que aunque somos de espíritu joven,
esa promesa...ya no coló. Será porque ya estamos viviendo el futuro que mirábamos
en la EGB, y hemos visto que aun pudiendo ser sabroso, ni mucho menos es dulzón.