Independientemente de que mi santo cocine, la que manda en la dieta, soy yo. Soy la directora general de régimen alimenticio en casa, la que decide, contra viento y marea (aunque a veces salga mojada y con las greñas colgando y enmarcando mi contraido rostro) cuántas veces y en qué orden tomaremos pescuda y verdaro a lo largo de la semana.
Y lo decido yo, porque más o menos pienso las cenas fijándome en el menú del comedor de la nena, para que sea variada. De la misma forma a veces comemos lo mismo que va a comer ella, y así los tres equilibrados perdidos.
¿Soy una mandona? Sí, ¿y? Soy carnívora, y mi santo más, pero él, angelico mío, no comería pescado nunca si por él fuera. Bueno, seguro que salmón ahumado sí...pero eso no cuenta. Si comes solo ese pescado, no hay variedad, que es de lo que se trata. Así que tengo doble trabajo, doblegar mi voluntad para no cenar carne cada día, y doblegar la suya además, y que de paso no
me contamine a la nena con sus comentarios, que si ella no oye nada pues se come lo que sea mientras no lleve "negro" o sea, berenjena, o "cepolla" (sic)
Pero esto no es el imperio del terror siempre. Los fines de semana son más laxos, y siempre hay alguna pizza o hamburguesa casera, y los domingos tenemos cena libre, así que cada uno cena lo que quiere. Bueno, reconozco que la cena de la nena está ligeramente dirigida...ya hace tiempo que ella, todos los domingos, cena un sandwich blanquito y blandito con una tortilla a la francesa con queso dentro. Y eso es bueno.
Para mí también suele ser el día en que aprovecho y me hago como ella, pero en bocata. Un hermoso bocadillo de tortilla francesa, con su poquito de sal, y queso por dentro. Luego en el pan le pongo premio además: o jamón serrano, o mortadela, o salchichón...algo. Y si hay coca-cola, peco, que por una vez a la semana, no pasa nada....
Puede que haga en estos días (puede que hoy mismo) 9 años que una mujer, mi madre, con tal de pasar hasta el último minuto con su marido, mi padre, se llevaba también un bocadillo de tortilla con lonchas de jamón a la habitación de hospital donde él estaba ingresado. Con ojos golosones él siempre la miraba comer. Sólo miraba, las circunstancias de su enfermedad hacían imposible comer algo que no fuera dieta blanda: caldo-puré-compota o también compota-puré-caldo. No es que los médicos le impidieran comer otra cosa: es que él no podía aunque se lo ampliaran (que lo ampliaron cuando él lo pidió, aunque tuvo que volver a su caldo-compota-puré)
Digo que debió ser ahora mismo, puede que esta misma noche hace 9 años, unos días antes del final de sus manos entre nuestras manos. Mi madre cenaba a su lado en la habitación su bocata de tortilla francesa con jamón. Como todo el mundo sabe, en los hospitales se come poco menos que a las horas de una guardería, así que la cena raramente era más tarde de las 19,30 de la tarde. Mi padre de nuevo mira ese bocata de tortilla a las 10 u 11 de la noche y dice que se muere por comerse una tortilla francesa calentita de mi madre en casa. Y me pide si puedo ir a la cafetería a pedirle una tortillita, que va a intentar comerse. No me atrevo, dada la rigidez en las normas de no introducir comida de fuera para los enfermos, y en éstas nos encuentra la enfermera, que dice que no hace falta que metamos nada de estrangis. En 10 minutos, cual hotel de 5 estrellas y servicio de habitaciones, con todo el amor a las 11 de la noche le suben de las cocinas que deberían estar cerradas ya, una hermosa tortillita a la francesa, amarillita. Las habitaciones de este hotel son viejas, feas y compartidas además, pero el servicio es impecable. No sólo sus trajes son impolutos, también sus corazones son hermosos y piadosos.
Los deseos de mi padre son órdenes y recibe su tortilla, pedida por un ángel y elaborada por otro sin demora; con chispas en los ojos. Deseo cumplido. No quiero, ni tampoco hace falta imaginar como se solicitó esa tortilla. Algo tan inaccesible para el resto de los mortales, tan interiorizadas teníamos ya las normas del hospital, que una, dos o varias personas con el poder en sus manos hacen realidad.
No todo el mundo anda siempre tan humano en esos lares, más bien equivocado que malo, diría yo. No es fácil hacerse cargo del dolor ajeno. Pero hoy sí va por esas personas, mayoría, sí, mayoría; que se esfuerzan tanto en su formación por el motivo simple de ayudar a los demás, esos que tienen que hacer esfuerzos en la siguiente habitación, porque no se les note en la cara los dramas humanos que vieron en la anterior.
El dolor de esos días y siguientes me impidieron ir a buscar a todas las personas que cumplieron ese deseo, pero no lo olvidé nunca. Esas cosas son las que me hacen mantener que Tol mundo é güeno, y que el amor no cesa nunca y es una red que nos cubre a todos, pasando de persona a persona. Pero desde aquí quiero agradecerlo, y también a esa otra persona humana que decidió, en el departamento de becas de la universidad, que me la iban a volver a conceder pese a que por estas circunstancias personales, me habían quedado más asignaturas de las que se permiten para poder acceder a una beca.
A esos desconocidos, médicas y médicos, auxiliares, enfermeros, enfermeras y personal de las cocinas de los hospitales, también al personal de la sección de becas, gracias. Gracias por el amor de esas personas humanas que con pequeños movimientos hacen la vida fácil a otras.