El otro día tuve que bajar a Madrid y dejar el coche en un sitio diferente que me obligó a caminar por una acera por la que aún no lo había hecho. A determinada altura de la calle con el rabillo del ojo detecté un color granate familiar, con unas letras características: levanté la vista y allí estaba, la cafetería Nebraska. Es indescriptible la alegría que me llevé ¡qué simplicidad! ¿por qué?
¿Recordáis la película Sólo los tontos se enamoran?
Sin entrar en más detalles y argumentos, la protagonista (que casualmente, como yo, también está embarazada) hace traer de Nueva York los perritos favoritos de su amado, de una esquina concreta.
Puedo prometer y prometo que ya antes de ver la película, esto YO ya lo hacía. Que siempre que bajaba a Madrid y me pillaba por el centro, por la Gran Vía, intentaba llevar siempre a mi chico a casa, pese al viaje de 50 km, sus perritos de Nebraska o del Can, como él siempre los llamaba. Los perritos de su niñez, el sabor del perrito de su infancia. Algo tan inaccesible cuando ya no vives en la capital, como al protagonista de la peli, al que se lo encarga su chica a Nueva York como regalo de cumpleaños. Adoro la cara que pone cuando le digo que le traigo una sorpresa, y el muy tontorrón olvida que subo de la capitá (y que si pasé por un Nebraska, se lo compré), y le entrego su cajita/s de poliuretano amarillenta con sus respectivos perritos mixtos con esa salsa de tomate especial Nebraska y una salsa de mostaza que sólo se encuentra allí.
Hacía tantos tantos meses (tal vez años) que no pasaba tan fácil por un Nebraska, que conduje emocionada todo el camino anticipando su alegría ¡tan fáciles somos a veces! ¡Y es tan sencillo además amar por el estómago! Tuve que parar en un semáforo frente a un antiguo emplazamiento de mi trabajo actual. ¡Qué casualidad! No por pasar por allí, que es algo habitual, sino porque paré justo donde debía hacer unos 8 años, en un día de julio como hoy día más, día menos; que nos faltaban pocos meses para casarnos.
Yo por aquel entonces trabajaba a jornada partida en la capital del reino. Hasta agosto no tenía jornada intensiva, por eso recuerdo que era julio. Ese día mi madre, una de mis tías, y por entonces mi novio (hoy santo) comieron conmigo, y yo me fui a completar mi horario de tarde mientras me esperaban los tres para ir a ver los regalitos que ibamos a dar a nuestros invitados en una tienda que había por la calle donde trabajaba. Trabajo en balde, porque no encontrando nada lo suficientemente útil para que no terminara en los honorables cubos de basura de nuestros invitados, al final mi madre terminó fabricando a mano unas bolsas aromáticas con nuestras iniciales y mi tía rellenándolas de lavanda.
Pero el día de marras, ese día de julio en el que debían venir a buscarme a la salida del trabajo, les vi venir, yo contenta, con el agobio del calor, pero la alegría del sol y de la tarde por delante con mi chico y nuestras carabinas, y la perspectiva de casarnos ya tan por fin, y con nuestra casa por fin entregada hacía un par de escasas semanas.
Mi chico venía con una bolsa, grandecita. Les pregunté qué habían estado haciendo durante esas horas. Por supuesto, habían arrastrado a mi chico de tiendas mientras cotorreaban agusto. Y ellas, muy ladinas, y muy marujas y chivatas, se chivan y me ponen al tanto:
-Tu chico se ha empeñado en comprar unas sábanas, hemos hecho lo que hemos podido, ya le hemos dicho que no te iban a gustar-Oy oy oy-(Conste que adoro a mi madre, y a mi tía, y que recuerdo ese "corporativismo" femenino de "deja las cosas serias de decoración a las chicas, cariño" como una brujería más propia de suegra y tía-suegra, que de madre-tía carnales a mi favor.
En el semáforo en rojo me dió tiempo a mirar el sitio donde mi chico, tan decidido, extrovertido y echao pálante siempre él; me miraba con ojos de cordero degollado mientras las arpías (con todo mi amor) se frotaban las manos anticipando el "ya te lo decíamos, ya te lo decíamos". A esas alturas yo ya me estaba preguntando qué clase de sábanas habría comprado mi amor que le estaba dando material de tan primera mano a su suegra y una de sus tías-suegras. A cámara lenta recuerdo esos ojos mansos y casi asustados, mientras sacaba de la bolsa el famoso juego de sábanacolcha+almohada para enseñármelo.
De esa bolsa salió el juego más bonito que haya tenido en mi vida hasta el momento. Se trataba de una sábana fuerte encimera para el verano y una funda grande de almohada en azules noche degradados, de más claro (en noche) a más oscuro, cuajado de estrellas y con una luna preciosa tanto en la colcha como en la funda. Los ojos sin querer se me debieron de iluminar, al verlo, y al mirar a los de mi chico que recibía no ya triunfal, sino sabeedor de que era nuestro juego, hallado por él y comprado para los dos, y que no sólo le gustaba a él, sino que me iba a encantar a mí.
¿Cómo no iba a gustarme si desde que mi chico pudo entrar en mi casa de novios, me cuajó el techo de mi habitación de estrellas y constelaciones de las que se iluminan por la noche?
Esa mirada entre los dos tras ver las sábanas, esa mirada de "estamos en nuestro mundo, y estas son las estrellas y la luna que vemos" son para mí la base de definiciones como las de complicidad, y las de entender que el amor de pareja y el de familia son tan intensos y reales como diferentes. Y que como madres conoceremos como respiran nuestros hijos, pero sus parejas conocerán y compartirán cosas que jamás nos contarían a nosotros (o que nosotros mismos no hemos contado) Las personas-hijos somos diferentes de las personas-parejas, con objetivos e intereses diferentes y con perspectivas a veces opuestas.
Sirva esta pequeña anécdota de reafirmación del amor de mi madre (que sepáis que me lee), de mi infinito amor hacia ella, hacia mi hija y de lo que me sirven todas estas experiencias para enfrentarme a su crianza y a su mundo, y como no, a disfrutar el amor por mi santo.
Y como todo en mi vida parece estar relacionado, hasta los nombres de los post, un recuerdo para nuestra compañera rubia de cuatro patas (nuestra perra), que con sólo 7 años y por un tumor inoperable, nos ha abandonado hace ya 3 meses (no pude decir nada en su momento ¡vaya año!) y que para hacérselo más llevadero a nuestra nena, que nació cuando ella ya era nuestra mascota, le dijimos que aunque muerta, era Venus o la Estrella polar, para que pueda seguir viendola cada noche y lanzarla un beso y contarle sus cosas si ella quiere.
Pues eso, y termino como empiezo. De amor, de perritos y de estrellas ¡hasta siempre, compañera!