Es una verdad verdadera: lentejas sólo hay unas, las de tu madre.
Tengo a bien ostentar el récord de hacer las lentejas más malas del mundo. Pero varias veces además ¿eh? Lo digo porque nunca unas se parecen a otras, siempre me salen diferentes. Aguadas. O algo tipo ensalada de lentejas sin caldo y sin sustancia. ¡Si hasta me salen duras y malas tras cocer un buen rato las que no necesitan remojo!
Lo he intentado de todas las maneras. Con verdura. Sin verdura. Con chorizo y costilla, fuertecitas, a remojo, sin remojo ¡un desastre! Y que conste que yo me las como, que sarna con gusto no pica...pero mi santo no traga, y como concesión ante el suplicio, al menos me pide, que no le pique la cebolla, que por lo menos la ponga en cascos. Bueno. Poca cosa es, aunque a mí, puestos a comer unas lentejas malas, pues me gusta que parezcan algo así como una sopa juliana...pero con lentejas.
El día que pensábamos que dabamos a luz, no era el definitivo. Desde las 6 de la mañana las contracciones eran regulares y dolorosas, pero no las de parto que yo recordaba. A las 4 de la tarde nos fuimos al hospital...no nos pareció prudente, estando pasada de cuentas una semana, demorarnos más, no fuera a estar de parto-parto y yo sin enterarme, no fuera a sufrir la bebé. La nena se queda en casa con mi madre, con quien más segura y protegida se siente después de nosotros. Mi madre no está agusto teniéndome en casa, hubiera preferido que me fuera antes (incluso días antes) al hospital.
¡Ay madre! pero son lentejas, las tomas o las dejas. Qué cabezotas somos a veces. Bien recuerdo sus palabras cuando me decía que a los padres no se les quiere del todo, hasta que tú misma no lo eres. Bien cierto es, cuando nació la Nena y la frase cobró todo su significado.
Tener a tu madre en casa es un chollo, incluso aunque tu santo sea un santo y te cuide de mil amores. Porque tu madre te obliga literalmente a descansar, y te hace y te compra muchas cosas ricas, y porque...bueno, son amores diferentes, el amor del sacrificio, el que ahora aprecio mucho más porque estoy dispuesta a hacerlo por mis hijas.
Ostras.
Mis hijas. MIS HIJAS ¡Qué bien suena!
Como iba diciendo antes de empezar a desvariar...
....a las 4 de la tarde estaba ya dilatada de 4 centímetros. Y pasadita de fecha, así que ya me dejan ingresada, pero en planta, porque va para rato. Y hablamos con nuestros padres, varias veces durante la tarde. Y durante la noche. Y como no avanza mucho más, (dicen que los eternos 4 cm son regalo por ser multípara) si no me pongo de "más parto" yo sola por la noche, me lo inducirán a primera hora.
No hará falta. A las 6 de la mañana yo ya llevo 3 horas insoportables. Pero ya no es hora de llamar a casa y comentar las novedades, yo solo quiero un buen bolo de epidural. En la habitación de dilatación-paritorio-recuperación (3 en 1, genial) no se pueden tener móviles que afecten a los monitores, así que los dejamos en la habitación. Se puede decir que a estas alturas ya llevo 24 horas de parto y que estoy bastante cansada, aunque los dolores de ayer no fueron como los de hoy, donde ya por fin, me merezco una epidural en condiciones.Los días del postparto son tan dolorosos como dulces. Tanto mi madre como mi santo me dejan vivir borracha de amor por la bebé, y allanando el camino con la Nena y que no sea tortuoso. No lo es. Ambas nos estamos conociendo, algo bastante necesario dados los años que nos quedan por vivir juntas. Uno de los días del puerperio le pido a mi madre que haga lentejas con las verduras, costilla y chorizo que hay en la nevera.
Foto de lentejas robada de aquí
¿Cómo se me pudo olvidar? Mi madre es una excelente cocinera. No sólo hace de comer, sino que además, cocina. Y cocina con amor. Y mucho cacharrerío, eso sí, que es muy cacharrera mi madre. Pero se la perdona, por guapa, y por lo bien que nos quiere a través del estómago. Y digo que se me olvidó, porque ahora cuando quedamos para comer en ocasiones especiales, o no tanto, pues siempre hace alguna cosa especial, pero nunca platos corrientes, de puchero o los de cada día. No vivimos cerca, así que no tenemos la oportunidad de comer a menudo.
Había olvidado el sabor de sus platos cotidianos. A mí. A la del blog del Amor y la Cocina Cotidiana se le habían olvidado los sabores cotidianos de su madre.
¡Qué gusto de lentejas! Y mira que les echó lo mismo que yo...pero tenían el toque madre.
Espero que ahora que yo soy madre repetidora, como ella, me llegue el toque ese. De momento ella cocina en pasos...y en el caso de las lentejas lo deja hervir todo un buen rato, y por último echa las lentejas, porque son las que menos tardan. Y sin harina, y sin pimentón ¡qué buenas y qué textura!
A las 9 de la mañana yo aún estoy dilatando, y pienso en mi nena que está yendo al cole de la mano de su yaya. Y pienso más en esa yaya, en mi madre, que no sabe como está su hija desde las 12 de la noche.
Y empiezo a sentir la angustia y la empatía por las madres que sufren por sus hijos para toda la vida, y en que no me gustaría que ninguna de mis dos hijas estuviera dentro de un parto tan largo sin saber apenas nada, sin posibilidad de saber nada aún por las horas, por las circunstancias y la falta de móviles.
Nos hacen pruebas que no entiendo para saber si hay sufrimiento fetal. Parece que no, pero todo se apresura y el paritorio se llena como una plaza de toros. No falta ni el apuntador. Los pujos no valen, la bebé se vuelve a subir para arriba. El parto se me hace eterno aunque no doloroso, menos mal. La matrona me aplasta encima de mí mientras pujo, mientras la ginecóloga enreda abajo, al final el parto es instrumental y yo me muero de miedo. Me juran 3 veces que no tirarán de la niña, las espátulas son sólo para abrirme a mí. Yo empujo, y empujo, y empujo y me muero de miedo por mi niña. Sólo quiero verla ya, y empujo hasta ponerme negra ¡¡¡¿¿por qué no sale ya??!! Esto con dolor hubiera sido un infierno ¡bendita epidural!
Cuando comemos las lentejas a punto estoy de que se me salten las lágrimas ¡qué buenas! y qué recuerdos de sabor de la infancia. Las lentejas como siempre, siempre buenas, siempre en su punto. No como las mías, indefinidas, variables, pasto-acuosas. Le pregunto a mi santo, con mi madre en la mesa, si no le parecen las mejores lentejas del mundo, y casi le pido perdón por las que yo le obligo a comer. A lo que él sinceramente responde:
-Mira suegra, no te ofendas, que están muy buenas ¿eh? pero donde estén las de mi madre....
A ver, lógico y normal.
-Mira, mira, mira (esos tres miras, también nos los dijeron en el parto de la nena) ¡ya sale!
Yo me incorporo corriendo, pero aún tengo la barriga tan gorda que me es completamente imposible verme el pubis o a mi niña saliendo. Un segundo más y la ginecóloga la tiene en las manos ¡¡¡Es gigante!!! me dice antes de dármela
¡¡Trae, trae, trae!!! es mía-pienso-mi niña, mi niña, al fin, al fin ¡cuanto te has hecho de rogar!
Lloro, mucho y mucho rato. Más que ella, como es su obligación para limpiar bien esos pulmones que suenan sucios. La medicina avanza (o se retira a un discreto segundo plano) que es una barbaridad, y nos dejan 2 horazas en lo que llaman pielconpiel sin limpiar, sin pesar, sin perrerías, encima de mí. Lo imprescindible se lo hacen así, sobre mí. Y yo la huelo, y no encuentro su olor. Y entonces sé que se parece a mí porque eso solo puede significar que su olor es similar al mío, y por eso me cuesta más percibirlo que lo que me costó con su hermana mayor, con ese olor dulce tan caracterísitico de su padre.
Y pese a que su papá puede quedarse con nosotros esas dos horas, en cuanto puedo, le mando corriendo a la habitación a llamar a nuestros padres, que deben estar sin que les llegue la camisa al cuerpo, tantas horas sin noticias. Y eso hace, llamarles ya por fin.
Vuelve rápido al paritorio, y me trae mi teléfono. Yo sólo quiero saber si ya llamó a mi madre. Quiero hablar con ella.
Marco su número con mi bebita de casi 4 kilos aún cubierta de mi sangre sobre mi pecho:
-Dime hija
-Máma, ya, ya está
Y ya no recuerdo más, porque sólo oir la voz de mi madre, me hizo volver a llorar.
Porque necesité a mi marido que me miraba y me sostenía y me animaba como mujer para traer a nuestra hija al mundo en un último esfuerzo, pero también necesité luego por teléfono a mi madre para que recogiera los pedazos de la niña asustada que quedó tras ese largo, largo parto...