Son ya 13 años hoy.
En los días siguientes sobrevivíamos fuera del hospital. Mama no podía salir de casa, tenía miedo. Había estado muchos días sin salir apenas un par de horas de allí, siempre contigo, hasta que todo acabó.
Entendí por qué la gente se viste de negro cuando se está en duelo, y no es por seguir una costumbre. Instintivamente buscaba en mi armario las prendas más oscuras con la intención de pasar desapercibida para un mundo que se empeñaba en seguir girando pese a tu ausencia, pese a nuestro dolor. Buscaba la ropa más oscura como una coraza, como una barrera, para que nadie se me acercara y con sus palabras, rompiera el frágil equilibrio que nos permitía juntar una rutina con otra y sobrevivir a esos primeros días de oscuridad impuesta.
Un día de tantos necesitaba olerte, porque ya no te olíamos. Y me puse para salir a comprar lo imprescindible para seguir sobreviviendo tu barbour verde oscura. Me estaba grande, pero yo iba metida en ella y el olor a grasa y a ti me acompañaron ese rato de esos días fríos de finales de noviembre, o tal vez ya diciembre. Entré en la panadería de las magdalenas ricas. Las dos dependientas atendían a colas separadas, y me puse a propósito en la contraria a la de nuestra amiga. No quería hablar con nadie, quería mi pan, y quería mis magdalenas y quería volver sola a casa rápido, dentro de tu olor. Por esas cosas que pasan, me atendió ella, a la que pedí lo que quería. Me miró emocionada y preguntó suave ¿qué tal vais...?
Me encogí de hombros, intenté medio sonreir. Lo estoy consiguiendo, no voy a llorar.
-Esa barbour era de tu padre.
Ahora ya sólo puedo asentir con la cabeza, y pagar con la cabeza gacha para que nadie vea mi debilidad y salir corriendo de nuevo a casa, envuelta en tu olor.
1,2,3,4,5,6,7,8,9,10,11,12,13....
Dicen que las cicatrices, y las roturas duelen con los cambios de tiempo. Debe ser verdad, a mí es llegar otoño y noviembre, y encogérseme todo de nuevo.
Estas son tus nietas, la grande tiene tu mirada, la segunda tu sensibilidad, la tercera tu pelo y corte de cara, y la pequeña tu picardía. Las cuatro tienen tu mimo y tu dulzura. Donde estés las ves bien, estoy segura. Aquí una foto de las cuatro pintando ¡calladas! eso sí es raro de ver.
Acabo este post sonriendo, como debe ser. Solo recordarte, antes del dolor, siempre hace sonreir. Porque por la cicatriz, aunque pareca un agujero, no se escapa nadie del corazón.
Besos guapa
ResponderEliminarNo se que decirte salvo que, como siempre, lo cuentas muy bonito aunque sea triste, y si, yo tambien acabo el post con una sonrisa escrutando a ver quien son las tuyas...sobre todo la pequña...¡si no hay ninguna pequeña!...¿tan grandes son ya?
Besos
Sí que es verdad que el tiempo va mejorando las cicatrices, aunque nos piquen para anunciar lluvia. Tita, hay tristeza en tu post de hoy, pero ya no es ese dolor punzante de años anteriores... Y esas niñas! Con niños NUNCA hay un tiempo de pintar los cuatro callados!
ResponderEliminarUn abrazo apretao.
Tita, un fuerte abrazo!!!!!
ResponderEliminarAquellos a quienes quisimos permanecen en quienes queremos, en quienes querremos y en nosotros mismos mientras los mantengamos en la memoria y en el corazón, pero qué hermoso es leer el relato de tu dolor.
ResponderEliminarUn abrazo, Tita. ´
ResponderEliminarTe entiendo y te siento más allá de las palabras.
Animo, que ya sólo le queda una semana a noviembre.
Elena-Z
<3
EliminarAñadir... que me quedo con dos palabras de tu relato: SOBREVIVIR y OLOR. No sabes hasta qué punto,aún hoy en día, podría hacer mías ambas palabras.
EliminarPrecioso, triste pero muy bonito. Un abrazo.
ResponderEliminarSolo puedo mandarte un abrazo apretaico de los que tú me has enseñado a dar....
ResponderEliminarQue bonito lo has contado, un fuerte abrazo
ResponderEliminarUn abrazo fuerte...
ResponderEliminarUn abrazo "apretao" y una curiosidad ¿te has subido a la litera a hacer la foto?.
ResponderEliminarMuchísimas gracias a todas, sois un encanto. Os mando un abrazo muy, muy apretao.
ResponderEliminarPd. Pseudo...no, será que soy así de alta jajajajajaja A ver, ellas estaban al ras del suelo, y yo mido 1,70 ¡es cierto que parece desde muy alto!